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Con su permiso, hoy quiero usar mi columna para “presionarlos” a revisar un poco de historia europea y alguna teoría del desarrollo económico, con el caso de España como modelo de enseñanza.

Como “sujetos británicos”, a nosotros los beliceños nunca se nos enseñó lo suficiente sobre España, que fue la gran rival de Inglaterra en el siglo XVI. Comprensiblemente, nuestros amos coloniales británicos estuvieran enfocados en las escuelas de Belize en glorificar a la Gran Bretaña protestante y degradar a la España católica romana.

Debido a Cristóbal Colón, en primera instancia, y más tarde a la buena voluntad del papado, España tuvo un gran salto en el resto de Europa, en cuanto al saqueó de oro, plata y piedras preciosas en el llamado Nuevo Mundo concierne. Los ingleses eran simples piratas que intentaban secuestrar a los fabulosos galeones españoles que viajaban de México, Cuba y Perú a España en el siglo XVI. Y sin embargo, en 1814, fueron los ingleses quienes lideraron la derrota del emperador francés, Napoleón Bonaparte, que había dominado Europa durante casi dos décadas, mientras que España se había desmoronado ante los ejércitos de Napoleón.

En el mundo supuestamente postcolonial de hoy, los ingleses siguen disfrutando del prestigio y la influencia de su comunidad británica cuasi imperial, mientras que España es un miembro de segundo nivel en la Unión Europea. ¿Qué pasó con todo el oro y la plata que entraba en España desde América? ¿Qué resultó mal en la Península Ibérica?

Una breve explicación es ofrecida en los siguientes párrafos extraídos de las páginas 84 a 88 de HOW RICH COUNTRIES GOT RICH AND WHY POOR COUNTRIES STAY POOR (CÓMO LOS PAÍSES RICOS SE VOLVIERON RICOS Y POR QUÉ LOS PAÍSES POBRES PERMANECEN POBRES) de Erik S. Reinert. Una publicación de 2007 de Constable & Robinson, Ltd. El libro del Dr. Reinert fue el ganador del Premio Gunnar Myrdal de la Asociación Europea por la Economía Evolutiva Política.

A partir de mediados de los años 1500 el teatro de Europa proporcionó una mayor dilucidación en la teoría económica y las políticas, dando ejemplo de lo que un país no debería hacer. Durante mucho tiempo España había sido un importante estado industrial. En Europa, para describir la mejor seda una vez se decía “la calidad de Granada”. Para describir los mejores textiles una vez se decía “la calidad de Segovia”, escribió un economista portugués en el siglo XVIII. Ya para entonces la industria manufacturera española era historia y los mecanismos que habían disminuido su capacidad de fabricación y su riqueza en tándem fueron estudiados con entusiasmo en toda Europa. Sus conclusiones sobre lo ocurrido fueron virtualmente unánimes.

El descubrimiento de las Américas llevó a inmensas cantidades de oro y plata que fluían a España. Estas enormes fortunas no se invirtieron en sistemas productivos sino que en realidad llevaron a la desindustrialización del país. Los terratenientes se beneficiaron principalmente del “canal de oro” de las Américas, ya que tenían el monopolio de la exportación de aceite y vino a los mercados en crecimiento del Nuevo Mundo. El suministro de tales bienes es altamente inelástico y está sujeto a rendimientos decrecientes en vez de crecientes. Aumentar la producción, en particular para hacer que nuevos palos de olivo rindan como los viejos, lleva mucho tiempo. Esta expansión produciría lo opuesto a los rendimientos crecientes, es decir, rendimientos decrecientes que hacen que el costo de producción por unidad aumente en lugar de caer. El resultado de la mayor demanda fue consecuentemente un fuerte aumento en el precio de los productos agrícolas. Al mismo tiempo, la nobleza propietaria terrateniente estaba exenta de pagar la mayor parte de los impuestos, por lo que la carga fiscal recaía cada vez más en los artesanos y los fabricantes. Su competitividad, por el contrario, ya se veía agobiada por el rápido aumento de los precios de los productos agrícolas en España. Esto deshizo las sinergias y la división del trabajo en las ciudades españolas, provocando una desindustrialización de la que España sólo se recuperó finalmente en el siglo XIX.

Así como Venecia y Holanda eran consideradas ejemplos a ser copiados, en el siglo xvi, España fue pasando gradualmente a ser un ejemplo del tipo de política económica y efectos económicos que una nación debía evitar a toda costa. Se hizo evidente que las riquezas de las colonias habían empobrecido más que enriquecido la propia capacidad de España de producir bienes y servicios. En contraste con Inglaterra, que desde que Enrique VII llegó al poder en 1485, había protegido y animado activamente a su industria, España protegía su producción agrícola, como el aceite y vino, contra la competencia extranjera. A finales del siglo xvi, España, que había tenido una producción industrial considerable, estaba severamente desindustrializada.

Quedó claro para los observadores que la enorme riqueza, todo el oro y la plata que fluían a España, volvían a moverse y terminaban en un par de lugares – Venecia y Holanda. Como un lento tsunami, es posible estudiar la gigantesca ola de inflación que se propagó por Europa con su epicentro en el sur de España. ¿Qué distinguió a Venecia y Holanda, donde terminó gran parte del flujo de oro y plata español del resto de Europa? La respuesta fue que tenían una industria extensa y diversificada, y al mismo tiempo casi nada de agricultura. La realización se propagó a través de Europa que las verdaderas minas de oro del mundo no eran las minas físicas de oro, sino la industria manufacturera.

En la economía pre-smithiana el establecimiento de la manufactura llegó a ser visto como parte de una misión más amplia de civilizar a la sociedad. El capitalismo fue propuesto como argumento para reprimir y aprovechar las pasiones de la humanidad, para canalizar las energías de los seres humanos en algo creativo. El economista italiano Ferdinando Galiani (1728-1787) afirmó que “de la fabricación se pueden esperar que los dos mayores males de la humanidad, la superstición y la esclavitud, sean curados”. Este fue el principio sobre el cual se fundó la política económica europea y que industrializó a las naciones europeas una por una durante un largo período. La construcción de la “civilización”, la construcción de un sector manufacturero y, más tarde, la construcción de la democracia, fueron vistas como partes inseparables del mismo proceso.

Alrededor de 1550, muchos economistas españoles comenzaron a darse cuenta de lo que estaba sucediendo en su país, y produjeron buenos análisis y buenos consejos. El historiador estadounidense Earl Hamilton, experto en economía y economía española de este período, señala: “La historia registra pocas instancias de un diagnóstico tan capaz de enfermedades sociales fatales por cualquier grupo de filósofos morales o de un desprecio tan grande por parte de los estadistas de buenos consejos.” En 1558, el Ministro de Hacienda de España, Luis Ortiz, describe la situación en un memorándum al Rey Felipe II: De las materias primas de España y de las Indias Occidentales -particularmente la seda, el hierro y la cochinilla (un tinte rojo) – que les costó sólo 1 florín, los extranjeros producen productos terminados que venden de vuelta a España por entre 10 y 100 florines. España está así sometida a mayores humillaciones del resto de Europa que las que ellos mismos imponen a los indios. A cambio de oro y plata, los españoles ofrecen baratijas de mayor o menor valor; pero comprando sus propias materias primas a un precio exorbitante, los españoles se convierten en la risa de toda Europa”.

La idea fundamental de que un producto terminado podría costar de diez a cien veces más que el precio de la materia prima necesaria para el producto se repetiría durante siglos en la literatura europea sobre política económica. Entre las materias primas y el producto terminado se encuentra un multiplicador: un proceso industrial que exige y crea conocimiento, mecanización, tecnología, división de trabajo, rendimientos crecientes y, sobre todo, empleo para las masas de los países. Hoy en día, los modelos económicos del Banco Mundial asumen el pleno empleo en los países en desarrollo, aunque en algunos lugares no más del 20-30 por ciento de la fuerza laboral tiene lo que podríamos llamar un “trabajo”. Aquellos involucrados en la política económica en los tiempos anteriores reconocían la magnitud del desempleo, el subempleo y el vagabundeo y comprendían que el trabajo que implicaba la transformación de las materias primas en productos acabados aumentaría la riqueza de las ciudades y de las naciones. El punto principal, sin embargo, fue que las actividades económicas que comenzaron a existir cuando las materias primas fueron refinadas en productos terminados seguían leyes económicas diferentes que la producción de materias primas. El “multiplicador de la fabricación” era la clave tanto del progreso como de la libertad política.

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